Autoridades provinciales y municipales participaron de la Santa Misa en honor a Nuestra Señora del Valle, en el marco de los 134 años de su Coronación Pontificia. El padre Julio Murúa, a cargo de la homilía, destacó el sentido comunitario de la fe y el llamado al servicio público desde los valores cristianos. –eldiariodecatamarca.com

Durante la noche de este miércoles 30 de abril, cuarto día del Septenario en honor de Nuestra Señora del Valle celebrando los 134 años de su Coronación Pontificia, rindieron su homenaje los miembros del Poder Ejecutivo provincial y municipal. La Santa Misa fue presidida por el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Murúa, y concelebrada por el Rector del Santuario Catedral, Pbro. Juan Ramón Cabrera.

Participaron de la Eucaristía el gobernador, Lic. Raúl Jalil, acompañado por el flamante ministro de Gobierno, Seguridad y Justicia, Dr. Fernando Monguillot, y otros miembros de su gabinete; la intendenta de Fray Mamerto Esquiú, Prof. Alejandra Benavidez, entre otros funcionarios.

En el comienzo de su homilía, el padre Murúa agradeció la presencia de los alumbrantes, y comentó que "esta celebración habitualmente la preside nuestro obispo Luis, pero se encuentra preservando su salud para que, con la ayuda de Dios, pueda participar de los últimos días de esta festividad. Y agradece que sigan rezando por él".

Luego se adentró en su reflexión afirmando que "como todos los años, las festividades en honor a Nuestra Madre, la Virgen María, tanto las de su Coronación en esta época del año como las de la Inmaculada Concepción en diciembre, nos convocan en este Santuario, donde todos buscamos encontrar luz en Jesucristo y su Palabra, para los complejos caminos que cada día se nos presentan".

"Estamos aquí también como pueblo, expresión o categoría que no es simplemente la agregación de individuos aislados o de grupos particulares con intereses separados. Más bien se trata de una comunidad con un destino común, una historia compartida y un tejido social que trasciende las individualidades. En este sentido, todos nuestros cargos o títulos quedan relegados a un segundo lugar. Y es a este pueblo al que somos llamados para servirlo. Para un creyente, la fe, la esperanza y la caridad son pilares de los cuales no puede prescindir".

Centrándose en la Palabra de Dios proclamada, dijo "Hemos escuchado en el Evangelio que 'de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo el que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna'. En el ámbito de la política, esta fe nos llama a reconocer la dignidad inherente de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Una política inspirada en la fe busca el bien común, la justicia y la equidad para todos, especialmente para los más vulnerables. No se deja llevar por intereses egoístas o por la búsqueda de poder por el poder mismo, sino que se fundamenta en la convicción de que cada persona es valiosa a los ojos de Dios".