Organismos sanitarios advierten que recalentar estos alimentos pueden favorecer bacterias o toxinas; aquí se explica qué evitar y cómo hacerlo de forma segura.

El hábito de “revivir” los alimentos del día anterior es parte de muchas rutinas. Ahorra tiempo y dinero. Pero no todas las comidas toleran bien una nueva vuelta de calor. Repetir el calentado sin control de temperatura, tiempos y conservación puede abrir la puerta a microorganismos o compuestos indeseados.

La recomendación de referencia es clara: frío rápido, guardado correcto y calentado uniforme. Si una de esas piezas falla, el riesgo crece.

Arroz y huevos: dos básicos con letra chica

El arroz parece inocente, pero puede alojar esporas de Bacillus cereus presentes en el grano crudo. Tras la cocción, si la olla queda a temperatura ambiente por horas, esas esporas encuentran terreno fértil. Luego, el recalentado no siempre inactiva las toxinas ya formadas. La pauta práctica es sencilla: cocinar lo justo, enfriar pronto, refrigerar en un recipiente poco profundo y evitar “otra pasada” de calor. Mejor recalentar una sola vez y consumir en el acto.

Con el huevo, el cuidado empieza antes de la sartén. Las yemas y claras requieren cocción completa y guardado constante en heladera. Un plato con huevo que permaneció sobre la mesa demasiado tiempo puede favorecer el desarrollo de bacterias como Salmonella. Además, recalentar huevos bien cocidos altera su estructura proteica, vuelve el bocado más pesado y puede causar malestar digestivo. La consigna: comer fresco, mantener la cadena de frío y no estirar su vida útil más allá de un día.

Papas y hojas verdes: atención al almacenamiento

La papa al horno envuelta en aluminio es un clásico. También es un caso de alerta si queda a temperatura ambiente. En condiciones de baja oxigenación y calor residual, Clostridium botulinum puede multiplicarse y producir toxina. Un brote documentado en Estados Unidos por una salsa a base de papa mostró ese riesgo. La salida es simple: retirar el papel de aluminio tras la cocción, enfriar sin demoras y pasar a heladera. Si la preparación contiene lácteos o mayonesa, el margen se acorta aún más.

Las hojas verdes, como la espinaca, son muy nutritivas pero sensibles. Suelo, agua y manipulación pueden introducir bacterias como Listeria. Cocinar reduce la carga, pero recalentar varias veces no es buena idea. Mejor lavar bien, consumir fresco, cocinar lo que se va a comer y evitar que la fuente pase una y otra vez del frío al calor. En ensaladas o salteados, lo ideal es porciones pequeñas y consumo inmediato.

Pollo y pescado: los más delicados

El pollo demanda cocción total desde el inicio. Jugos rosados o piezas desparejas en el centro son una señal de alarma. Si luego se guarda mal y se recalienta sin alcanzar temperatura segura en todo el bocado, agentes como Salmonella o Campylobacter pueden sobrevivir. La clave es porcionar antes de refrigerar, recalentar solo lo que se va a comer y asegurarse de que salga bien caliente, con vapor visible en el centro.

El pescado ofrece proteínas de alta calidad, pero es muy perecedero. A temperaturas inadecuadas se degrada rápido y puede acumular compuestos indeseados. Una segunda o tercera “revivida” empeora textura y sabor, y suma riesgo microbiológico. Lo mejor es cocinar y comer en el momento, o planificar porciones chicas para no repetir el ciclo. Si huele raro o se nota aguado, no se insiste: se descarta.

La regla de oro en el hogar es el “2 horas–70 °C”. Guardar en heladera dentro de las dos horas posteriores a la cocción. Y, al recalentar, lograr al menos 70 °C en todas las partes del alimento. Un termómetro de cocina ayuda a no fallar. Recipientes bajos y remover a mitad del proceso mejoran la homogeneidad. Microondas, horno o sartén sirven, siempre que el calor llegue al centro. No mezclar porciones nuevas con restos antiguos en la misma fuente.

Para minimizar riesgos, conviene organizar la semana. Cocinar lo necesario, enfriar rápido, rotular con fecha y consumir en 24–48 horas según el plato. Recalentar solo una vez. Si hay dudas sobre aspecto u olor, se elige la opción segura: tirar. En esa lista de “mejor no volver a calentar” entran seis clásicos de la cocina diaria: arroz, huevos, papas, espinacas y otras hojas, pollo y pescado. La prevención no requiere recetas complicadas, sino constancia. Un par de decisiones a tiempo cuidan el estómago y mantienen el sabor de lo que comemos.